martes, 2 de octubre de 2007
El Perro Fluorescente de Eduardo Kac
Arte Transgénico y canes fluorescentes
Las nuevas tecnologías alteran culturalmente nuestra percepción del cuerpo humano, que pasa de ser un sistema autorregulado de forma natural a un objeto controlado artificialmente y transformado electrónicamente. La manipulación digital del aspecto del cuerpo (y no del cuerpo en sí) expresa claramente la plasticidad de la nueva identidad formada del cuerpo físico y configurada con abundante variedad. Podemos observar este fenómeno asiduamente en los medios de comunicación a través de las representaciones de cuerpos idealizados o imaginarios, encarnaciones en realidad virtual y proyecciones en la red de cuerpos reales (incluyendo a los avatares). Los desarrollos en paralelo de las tecnologías médicas, tales como la cirugía plástica y las neuroprótesis, en definitiva nos han permitido extender esta plasticidad inmaterial a cuerpos reales. La piel ya no es la barrera inmutable que contiene y define el cuerpo en el espacio. Por el contrario, se ha convertido en un lugar de transmutación continua. Además de intentar hacernos cargo de las asombrosas consecuencias de este proceso que estamos viviendo, también es urgente que respondamos a la aparición de biotecnologías que operan debajo de la piel (o dentro de cuerpos sin piel, como las bacterias) y que, por lo tanto, no son visibles. Más que hacer visible lo invisible, el arte tiene que despertar nuestra consciencia sobre aquello que está firmemente fuera de nuestro alcance visual pero que, sin embargo, nos afecta directamente. Dos de las tecnologías más prominentes que operan más allá de nuestra visión son los implantes digitales y la ingeniería genética, ambas destinadas a tener profundas consecuencias en el arte así como en la vida social, médica, política y económica del próximo siglo.
Propongo que el arte transgénico sea una nueva forma de arte basada en el uso de las técnicas de ingeniería genética para transferir genes sintéticos a un organismo o material genético natural de una especie a otra, a fin de crear organismos vivientes singulares[1]. La genética molecular permite al artista construir el genoma de la planta y del animal para crear nuevas formas de vida. La naturaleza de este nuevo arte no sólo viene definida por el nacimiento y el crecimiento de una nueva planta o un nuevo animal, sino sobre todo por la naturaleza de la relación entre el artista, el público y el organismo transgénico. El público puede llevarse a casa las obras de arte transgénicas para cultivarlas en el jardín o criarlas como animales de compañía. No hay arte transgénico sin un compromiso firme y la aceptación de la responsabilidad por la nueva forma de vida así creada.[2] Las preocupaciones éticas son de capital importancia en cualquier obra artística y se hacen más cruciales que nunca en el contexto del arte biológico. Desde la perspectiva de la comunicación entre las especies, el arte transgénico reclama una relación dialógica entre el artista, la criatura/obra de arte y aquellos que entran en contacto con ella.
Las nuevas tecnologías alteran culturalmente nuestra percepción del cuerpo humano, que pasa de ser un sistema autorregulado de forma natural a un objeto controlado artificialmente y transformado electrónicamente. La manipulación digital del aspecto del cuerpo (y no del cuerpo en sí) expresa claramente la plasticidad de la nueva identidad formada del cuerpo físico y configurada con abundante variedad. Podemos observar este fenómeno asiduamente en los medios de comunicación a través de las representaciones de cuerpos idealizados o imaginarios, encarnaciones en realidad virtual y proyecciones en la red de cuerpos reales (incluyendo a los avatares). Los desarrollos en paralelo de las tecnologías médicas, tales como la cirugía plástica y las neuroprótesis, en definitiva nos han permitido extender esta plasticidad inmaterial a cuerpos reales. La piel ya no es la barrera inmutable que contiene y define el cuerpo en el espacio. Por el contrario, se ha convertido en un lugar de transmutación continua. Además de intentar hacernos cargo de las asombrosas consecuencias de este proceso que estamos viviendo, también es urgente que respondamos a la aparición de biotecnologías que operan debajo de la piel (o dentro de cuerpos sin piel, como las bacterias) y que, por lo tanto, no son visibles. Más que hacer visible lo invisible, el arte tiene que despertar nuestra consciencia sobre aquello que está firmemente fuera de nuestro alcance visual pero que, sin embargo, nos afecta directamente. Dos de las tecnologías más prominentes que operan más allá de nuestra visión son los implantes digitales y la ingeniería genética, ambas destinadas a tener profundas consecuencias en el arte así como en la vida social, médica, política y económica del próximo siglo.
Propongo que el arte transgénico sea una nueva forma de arte basada en el uso de las técnicas de ingeniería genética para transferir genes sintéticos a un organismo o material genético natural de una especie a otra, a fin de crear organismos vivientes singulares[1]. La genética molecular permite al artista construir el genoma de la planta y del animal para crear nuevas formas de vida. La naturaleza de este nuevo arte no sólo viene definida por el nacimiento y el crecimiento de una nueva planta o un nuevo animal, sino sobre todo por la naturaleza de la relación entre el artista, el público y el organismo transgénico. El público puede llevarse a casa las obras de arte transgénicas para cultivarlas en el jardín o criarlas como animales de compañía. No hay arte transgénico sin un compromiso firme y la aceptación de la responsabilidad por la nueva forma de vida así creada.[2] Las preocupaciones éticas son de capital importancia en cualquier obra artística y se hacen más cruciales que nunca en el contexto del arte biológico. Desde la perspectiva de la comunicación entre las especies, el arte transgénico reclama una relación dialógica entre el artista, la criatura/obra de arte y aquellos que entran en contacto con ella.
Entre los mamíferos comunes más domesticados, el perro es el animal dialógico por antonomasia; no es egocéntrico, muestra empatía y a menudo tiende a ser extrovertido en la interacción social[3]. Por consiguiente, he aquí mi obra actual: GFP K-9[4]. GFP son las siglas en inglés de la proteína verde fluorescente, que se extrae de la medusa (Aequorea Victoria) del noroeste del Pacífico y emite una luz verde brillante cuando es expuesta a rayos ultravioletas o a luz azul[5]. La GFP de la Aequorea absorbe luz en estado natural a un máximo de 395 nm y el espectro de emisión de fluorescencia tiene su punto más alto en 510 nm[6]. La proteína misma tiene una longitud de 238 aminoácidos. El empleo de la proteína verde fluorescente en un perro es absolutamente inofensivo, ya que la GFP es independiente de las especies y no requiere ninguna proteína o substrato adicionales para la emisión de la luz verde. La GFP se ha expresado con éxito en varios organismos huésped, como la E. coli o la levadura, y en células de mamíferos, insectos, peces y plantas[7].
Una variante de la GFP, la GFPuv, es 18 veces más luminosa que la GFP normal y puede ser fácilmente detectada a simple vista cuando es excitada con una luz ultravioleta estándar de onda larga. GFP K-9 (o "G" como lo llamo cariñosamente) tendrá literalmente una personalidad brillante y será un miembro bienvenido a mi familia. Puede que su creación tarde años o décadas, porque se enfrenta con diversos obstáculos, entre ellos, la secuenciación del genoma del perro. Se calcula que el número de genes de todo el genoma del perro es de aproximadamente 100.000[8]. Sin embargo, se están llevando a cabo investigaciones de colaboración para cartografiar el mapa genético canino y sus resultados permitirán en un futuro hacer un trabajo de precisión por lo que a la morfología y la conducta caninas se refiere. Independientemente de la sutil alteración fenotípica, es decir, el delicado cambio de color de su pelo, GFP K-9 comerá, dormirá, se apareará, jugará e interactuará con otros perros y seres humanos con normalidad. También será el fundador de una nueva estirpe transgénica.
Aunque al principio el proyecto GFP K-9 pueda parecer que no tiene ningún precedente en absoluto, la influencia directa del hombre en la evolución del perro se remonta a hace más de 15.000 años[9]. De hecho, la misma existencia del perro doméstico tal y como lo conocemos actualmente, con unas 150 razas reconocidas, seguramente se debe a la cría selectiva inducida por los humanos hace muchos siglos de los lobos adultos que retenían características de inmadurez (un proceso conocido como neotenia). Las similitudes de la fisionomía y del comportamiento entre el lobo inmaduro y el perro adulto son notables. Por ejemplo, ladrar es típico de los perros adultos, pero no de los lobos adultos. La cabeza del perro es más pequeña que la del lobo y se parece más a la de un lobo inmaduro. Hay muchos más ejemplos, incluyendo el hecho muy significativo de que los perros también son interfértiles con los lobos. Después de siglos de cría selectiva natural, en 1859 tuvo lugar una inflexión en la cría humana de perros, cuando la primera exposición canina alentó la apreciación de su aspecto visual singular. La búsqueda de coherencia visual y de nuevas razas llevó al concepto de pura raza y a la formación de diferentes grupos de perros fundadores. Esta práctica continúa hoy en día entre nosotros y es responsable de muchos de los perros que encontramos en cualquier hogar. Los resultados del control genético indirecto de los perros por parte de los criadores se publican con orgullo en las páginas de la prensa canina especializada. Si echamos un vistazo al mercado veremos anuncios de bulldogs "diseñados para proteger", mastines con un "programa de cría genética muy estudiado", dogos de "linaje sanguíneo exclusivo" y dóbermans con una "copia genética única". Todavía no escriben los criadores el código genético de sus perros, pero desde luego lo están leyendo y registrando. El American Kennel Club, por ejemplo, ofrece un programa de certificación del ADN para resolver disputas de identificación de pura raza y de parentesco.
Si la creación de perros tiene unas raíces históricas sólidas, más reciente pero igualmente integrado en nuestra experiencia cotidiana es nuestro empleo de organismos híbridos vivos. Un caso arquetípico es la conocida obra del botánico y científico Luther Burbank (1849-1926), quien inventó muchas frutas, plantas y flores nuevas[10]. En 1871, por ejemplo, creó la patata de Burbank (también conocida como la patata de Idaho). Gracias a su bajo nivel de humedad y al alto contenido de fécula, tiene unas excelentes cualidades para ser asada y es perfecta para ser frita. Desde Burbank, el cultivo selectivo y artificial de plantas y animales es un procedimiento habitual muy utilizado tanto por agricultores y científicos como por aficionados. El cultivo selectivo es una técnica a largo plazo basada en la manipulación indirecta del material genético de dos o más organismos y es responsable en gran parte de nuestros cultivos y del ganado que criamos. Las plantas decorativas del hogar y los animales de compañía que hemos inventado son ya tan comunes que difícilmente nos damos cuenta de que un animalito querido o una flor ofrecida como señal de afecto son el resultado práctico de un gran esfuerzo científico de los seres humanos. Por ejemplo, la rosa del señor Lincoln fue hibridizada por Swim y Weeks en 1964 y continúa siendo muy popular hasta la fecha. Un animal de compañía muy estimado como el guacamayo Ara Catalina, con su flamante pecho naranja y alas de color verde y azul, no existe en la naturaleza. Los avicultores cruzan el guacamayo azul y dorado con guacamayos de color escarlata para crear este precioso animal híbrido[11].
Esto no es tan sorprendente, si consideramos que las criaturas híbridas cruzadas han formado parte de nuestro imaginario desde hace milenios. En la mitología griega, por ejemplo, la quimera era una criatura que escupía fuego y tenía parte de león, de cabra y de serpiente. Hay esculturas y pinturas de quimeras, desde la antigua Grecia hasta la Edad Media e incluso hasta los movimientos modernos de vanguardia, en museos de todo el mundo. Sin embargo, las quimeras ya no son imaginarias; en la actualidad, casi 20 años después del primer animal transgénico, se crean de manera rutinaria en los laboratorios y poco a poco entran a formar parte del gran paisaje genético. Algunos ejemplos científicos recientes son cerdos que producen proteínas humanas[12], plantas que producen plástico[13] y cabras con genes de araña diseñadas para producir un tejido fuerte y biodegradable[14]. Mientras que en el discurso corriente la palabra "quimera" se refiere a cualquier forma de vida imaginaria hecha de partes dispares, en biología "quimera" significa organismos reales con células de dos o más genomas distintos. Tiene lugar una profunda transformación cultural cuando las quimeras saltan de la leyenda a la vida, de la representación a la realidad.
Asimismo, existe una clara distinción entre la reproducción controlada y la ingeniería genética. Los criadores manipulan indirectamente los procesos naturales de selección de genes y de mutación que ocurren en la naturaleza. Por tanto, no pueden añadir o eliminar genes con precisión o crear híbridos con material genómico tan dispar como el de un perro o de una medusa. En este sentido, un rasgo distintivo del arte transgénico es que el material genético es manipulado directamente: el ADN extraño se integra con precisión en el genoma de destino. Además de la transferencia de genes existentes de una especie a otra, también se puede hablar de "genes de artista", es decir, genes quiméricos o nueva información genética creada en su totalidad por el artista mediante las bases complementarias A (adenina) y T (timina) o C (citosina) y G (guanina). Esto significa que los artistas ahora pueden no sólo combinar genes de especies diferentes, sino también escribir fácilmente una secuencia de ADN en sus procesadores de texto, enviarla por correo electrónico a un centro de sintetización comercial y, en menos de una semana, recibir un tubo de ensayo con millones de moléculas de ADN con la secuencia prevista.
Los genes están hechos de moléculas de ácido desoxirribonucleico (ADN). El ADN lleva toda la información genética necesaria para la duplicación de las células y la formación de proteínas. El ADN da instrucciones a otra sustancia (al ácido ribonucleico o ARN) sobre cómo formar las proteínas. El ARN se ocupa de esta tarea utilizando como materia prima unas estructuras celulares llamadas ribosomas (gránulos que tienen la función de unir los aminoácidos, de los cuales están hechas las proteínas). Los genes tienen dos componentes importantes: el elemento estructural (que codifica una proteína en particular) y el elemento regulador (unos "interruptores" que indican a los genes cuándo y cómo deben actuar). Las creaciones transgénicas de artistas o científicos también comprenden elementos reguladores que estimulan la expresión del transgén. El ADN extraño puede ser expresado como ADN satélite extracromosómico o integrado en los cromosomas celulares. Todo organismo vivo tiene un código genético que puede ser manipulado y el ADN recombinante puede pasarse a las siguientes generaciones. El artista se convierte literalmente en un programador genético que es capaz de crear formas de vida al escribir o alterar este código. Con la creación y procreación de mamíferos bioluminiscentes y de otras criaturas en el futuro[15] cambiará profundamente la comunicación dialógica entre las especies y lo que entendemos en la actualidad por arte interactivo. Estos animales deben de ser queridos y cuidados como cualquier otro animal.
El resultado de los procesos de arte transgénico deben ser criaturas sanas, capaces de tener un desarrollo regular como cualquier otra criatura de especies relacionadas[16]. Una creación ética y responsable entre especies producirá una generación de preciosas quimeras y fantásticos y nuevos sistemas vivientes, tales como plantimales (plantas con material genético de animales o animales con material genético de plantas) y animanos (animales con material genético humano o humanos con material genético de animales).
La ingeniería genética sigue desarrollándose en el bastión del racionalismo científico, nutrido de capital global, y por desgracia queda en parte alejada de cuestiones sociales de mayor envergadura, debates éticos y contextos históricos locales. Patentar nuevos animales creados en el laboratorio[17] y genes de pueblos extraños[18] es un tema especialmente complejo —situación a menudo agravada, en el caso de los humanos, por la falta de consentimiento, de beneficio mutuo o incluso de conocimiento de los procesos de apropiación, patente y beneficio por parte del donante. Desde 1980 la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos (PTO) ha otorgado varias patentes de animales transgénicos, entre otras, patentes de ratones y conejos transgénicos. Recientemente, el debate en torno a las patentes de animales se ha extendido para abarcar también las patentes de líneas celulares humanas de ingeniería genética y creaciones sintéticas (p. ej., plásmidos) que incorporan genes humanos. El empleo de la genética en el arte ofrece una reflexión sobre estos nuevos desarrollos desde un punto de vista social y ético. También saca a la luz algunos temas relevantes relacionados, tales como la integración doméstica y social de los animales transgénicos, el delineamiento arbitrario del concepto de "normalidad" mediante pruebas, mejoras y terapias genéticas, la discriminación de los seguros sanitarios en función de los resultados de pruebas genéticas, y los graves peligros de la eugenesia.
Mientras intentamos reconciliar las disputas actuales, es evidente que la transgénesis será una parte integral de nuestra existencia en el futuro. Será posible, por ejemplo, aprovechar el resplandor de la proteína de la medusa para dispositivos de almacenamiento óptico de datos[19]. Los cultivos transgénicos formarán una parte predominante del paisaje, los organismos transgénicos poblarán las granjas y los animales de compañía transgénicos serán miembros de nuestra gran familia. Para bien o para mal, las verduras y los animales que comemos ya nunca serán iguales. Desde 1995 se han plantado y consumido en grandes proporciones semillas de soja, patatas, maíz, calabacines y algodón modificados genéticamente[20]. El desarrollo actual de los "planticuerpos" —genes humanos trasplantados al maíz, la soja, el tabaco y otras plantas para producir grandes extensiones de anticuerpos con cualidades farmacéuticas— promete la obtención en gran cantidad y a un precio económico de las tan necesitadas proteínas[21]. Mientras que en muchos casos las estrategias de investigación y de marketing anteponen los beneficios a las preocupaciones por la salud (no deben ignorarse los riesgos de comercializar sin etiquetar alimentos transgénicos potencialmente nocivos)[22], en otros la biotecnología parece ofrecer buenas perspectivas de curación en los campos donde existen dificultades para aplicar tratamientos efectivos. Los cerdos son un buen ejemplo. Dado que la función fisiológica porcina es similar en gran medida a la de los humanos, y puesto que la sociedad en general está de acuerdo con criar y matar cerdos para la industria alimentaria (a diferencia de los primates no humanos, por ejemplo), la medicina está experimentando con cerdos modificados genéticamente. Estos cerdos producen proteínas humanas que evitan el rechazo y se están probando en los trasplantes de hígado y de corazón (los hígados de cerdo no modificados ya se emplean como solución provisional para mantener con vida a pacientes que esperan a un donante humano), en los trasplantes cerebrales (las células neurales de fetos porcinos se utilizan para volver a conectar el tejido nervioso en pacientes con Parkinson) y para curar la diabetes (por medio del trasplante de células beta productoras de insulina)[23]. En el futuro dispondremos de material genético foráneo dentro de nosotros, al igual que hoy en día llevamos implantes mecánicos y electrónicos. En otras palabras, seremos transgénicos. A medida que la ingeniería genética desmorona el concepto de especie basado en las barreras de reproducción[24], está en juego la misma noción de lo que significa ser humano[25]. Sin embargo, esto no constituye una crisis ontológica. Ser humano significará que el genoma humano no es una limitación, sino nuestro punto de partida.
Futuros Emergentes: El Arte en la Era Post-biológica, Angela Molina, ed. Centro Cultural La Beneficencia, Valencia.
Publicado en Leonardo Electronic Almanac (ISSN 1071-4391), Volume 6, Number 11, 1998.
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